Recuerdos a color

En la pared más larga de mi cuarto hay colgado un cuadro cuya belleza no puede ser evaluada de manera objetiva. No hay que ser crítico de arte para darse cuenta de que el pintor no había pintado un cuadro en su vida: no sabía nada de pigmentos, ni de texturas, ni de técnicas básicas. Quizás, más que pintor, habría que llamarlo autor. Sin embargo, el cuadro está lleno de color y me hace feliz verlo. Si la calidad del arte se midiera por los sentimientos que evoca, este cuadro sería la pieza central de mi Louvre.

Para describirlo resulta más fácil contar cómo fue creado. El proceso explica por sí solo el resultado. Se empieza por comprar pintura de muchos colores en frascos grandes. Debe ser muy líquida, nada de acuarelas u óleos; conviene usar pintura acrílica, no importa que sea de mala calidad. Luego se toma una bolsa de globos de látex y se llenan de suficiente pintura como para que se estiren y sean fáciles de pinchar. Se les hace un nudo y por allí se clavan con alfileres en un lienzo. Una vez que el lienzo está lleno, se lanzan dardos hasta pinchar todos los globos. La pintura salpica, se chorrea, se mezcla. La escena final es tan caótica en el cuadro como a su alrededor.

Mi hija tenía seis años cuando hicimos nuestro cuadro de globos y, a pesar de las horas que me tomó limpiar aquel desorden, volvería a ese día una y mil veces. Todavía hoy puedo ver cómo titubeaba antes de lanzar cada dardo, cómo cerraba los ojitos en el momento justo en que explotaban los globos, cómo se reía a carcajadas al ver la pintura correr por todos lados y el orgullo en su cara cuando acabamos de sacar todos los alfileres y vio su obra terminada.

Hace doce años de eso y desde entonces cuelga orgulloso en mi pared. Durante ese tiempo las manchas de color se han ido transformado y han ido apareciendo figuras en el cuadro. Cada noche al acostarme las recorro una a una y, cada tanto, aparece una nueva. Mi favorita es el unicornio marino. La primera vez que lo vi pensé que era un caballito de mar, azul. Pero con el tiempo me di cuenta de que tiene un cuerno en el centro de la cabeza. También azul. Hay un sol derretido, como los relojes de Dalí, que deja caer su luz amarilla sobre lo que parece ser hierba mal cortada. Esa luz hace cambiar de color todo lo que encuentra en su camino, como los dos extraterrestres plateados que se oxidan al chocar con ella. La figura más difícil de ver es un fantasma negro pequeñito que está siempre con la boca abierta. Pareciera que tratase sin éxito de avisarle a alguien que se encuentra atrapado para siempre en una explosión de colores.

A veces, cuando el día ha sido largo, al mirar el cuadro me pregunto si es el color o mi imaginación quien define a cada figura. ¿Sería el sol derretido un sol si no fuese amarillo? ¿Estaría el fantasma gritando desesperado si no fuese negro? ¿Será mi intento por aferrarme a los recuerdos lo que le da vida a las figuras? ¿O será el color de las figuras lo que le da vida a mis recuerdos?

Paula M
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By Paula M

Nací en febrero, en España, solo porque hacía frío. Hoy vivo en Florida solo porque hace calor. Soy ingeniero, pero ejerzo de ama de llaves de mis gatos. He vivido siempre entre números y ahora, en este espacio, puedo contar palabras.

1 comment

  1. Muy bueno lo que escribes Paula, me parece verte pintando el mismo, y colijo que para vos lo importante es lo que el cuadro te dice, no lo que vale.

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