Julia y yo vivíamos hasta hace poco con nuestros padres y nuestros dos hermanos más pequeños. Amalia, la mayor, se había ido de casa hacía dos años y no volvimos a saber de ella. Mis padres fallecieron el año pasado, dejándonos a cargo de la casa y de nuestros hermanos.
Cuando éramos más pequeñas, Amalia nos enseñó muchas cosas, entre ellas a trenzar cuero y convertirlo en bolsos. Ojalá pudiera contarle que los bolsos de cuero son ahora la única razón por la que sus cuatro hermanos no pasamos hambre.
A veces, cuando estoy en el taller, entrelazando una tira de cuero con otra, imagino que cada tira nos representa. Las tres hijas de Ramiro y Petra. Y cada vez que convierto esa larga trenza de cuero en un bolso, ruego al cielo que Amalia aparezca para que se intercale entre nosotras y podamos, apretaditas, estar completas de nuevo.
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