Enamorado y enamorada

Enamorado

Quedamos en vernos en el parque a las cuatro de la tarde para conversar. Me vestí rápido porque quería caminar hasta allá. El día estaba soleado y hacía varios días que no había salido de casa. Al llegar vi que el parque estaba lleno de gente, niños jugando, parejas tomadas de la mano, padres sentados observando a sus hijos. Los usuales artistas entretenían a los visitantes, esta vez no solo estaban el guitarrista, el malabarista y la chica que hacía figuras con globos, sino que además había un mimo. Luego de veinte minutos llegué, tarde como siempre, pero sonriente, desenfadado y libre como soy. Al verme se le iluminaron los ojos y corrí adonde ella estaba. Le di un abrazo fuerte y me tomó de la mano, invitándome a caminar con ella. Estuvimos unos minutos en silencio, mientras observábamos a la gente a nuestro alrededor y nos acercábamos a la fuente donde nos vimos por primera vez. Empezó a llover y nos resguardamos debajo del toldo de un carrito de algodón de azúcar. Le tomé la cara con las dos manos y la besé. Ella se soltó de mis brazos y corrió hacia la lluvia, levantando la cara al cielo y sonriendo. La alcancé, la levanté del piso y le dije: “Que alegría verte tan feliz, cada día me enamoro más de ti”.

 

Enamorada

Quedamos en vernos en el parque a las cuatro de la tarde para conversar. No sabía qué ponerme así que me cambié cuatro veces antes de salir con el mismo vestido, el cómodo que me he puesto antes. Tenía varios días sin salir, tratando de entender por qué me sentía tan sola. Y en silencio encontré todas las respuestas que necesitaba. Al salir el calor me golpeó y me arrepentí de haber decidido caminar, pero ya la decisión estaba tomada. Cuando llegué me puse tensa al ver que el parque estaba repleto, los niños gritando, las parejas caminaban como resignadas y ni hablar de los padres aburridos observando a sus hijos. Los usuales artistas se habían multiplicado y el parque parecía un mercado, donde los fracasados vendían sus sueños por monedas. Para colmo, esta vez había un mimo, un tipo desadaptado con pintura blanca en la cara que se burló de mí como pudo, imitando mi manera de caminar y haciendo muecas de tristeza y seriedad. Me senté en el único banquito desocupado a esperar a José, quien jamás llega a tiempo. Veinte minutos después llegó como si nada, como si mi tiempo no valiera medio. Desenfadado, libre y egoísta como siempre ha sido. Al verme, corrió como un niño a donde yo estaba. Lo que más me molesta es su inmadurez, la verdad. Me dio un abrazo sofocante y empezamos a caminar hacia la fuente. Yo no quería ir a la fuente así que intenté desviarme. Él me tomó de la mano y me llevó hacia donde él quería, el lugar más cursi de toda la ciudad. Lugar común de las parejas enamoradas.  Yo mientras tanto agarraba fuerzas para decirle que no lo quería, que en el silencio de mi cuarto descubrí que soy mi mejor compañía. Empezó a llover, justo cuando yo iba a empezar a contarle todo. Corrimos a un puesto ambulante que olía a azúcar quemada y agua sucia. Él me tomó la cara con las dos manos y me besó. Las náuseas me hicieron soltarme de sus brazos y correr hacia la lluvia. Cuando empecé a mojarme pensé: “Voy a estar bien, soy más feliz estando sola” y sonreí. El me alcanzó, me levantó del piso y me dijo otra frase cursi de esas que genera a mil palabras por minuto. Yo le respondí: “José, esta relación no está funcionando”.

 

 

Claudia R
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