La mujer que está sentada en la barra tomando una copa, por primera vez no espera a un hombre. Esta noche está a gusto sola. Esta noche tiene en su cartera la receta que acabará con su soledad. Desde hace años, muchos, busca al hombre ideal; a ese compañero sensible, guapo, inteligente, dulce, excitante y travieso que llenará sus días de amor. Cuando lo encuentre, sueña a diario, tendremos la casa más hermosa, bailaremos, hablaremos, nos reiremos y seremos la envidia del barrio. Cuando lo encuentre, seré feliz. Eso se repite a sí misma todas las noches. Pero esta noche todo ha cambiado. Ahora no tiene que soñar, solo tiene que seguir las instrucciones que le ha dado la hechicera. Tardó mucho en sospechar que tal vez aquel hombre que buscaba no existiera, pero no estuvo dispuesta a dejar que eso arruinara sus planes. Decidió tomar cartas en el asunto y buscar a una hechicera que la ayudara. Después de todo, ¿qué tenía de malo pedir ayuda? Vale decir que tardó menos en encontrar a una hechicera que al hombre perfecto. Después de una larga reunión con ella, en la que le contó sus deseos más íntimos, ésta le entregó un frasco con la fórmula exacta. Lo único que ella debía hacer era esperar a la próxima noche de luna llena, buscar un sapo, sostenerlo sobre la palma de su mano y vaciarle el contenido del frasco encima. Todo muy razonable y sin nada de aquel cliché de tener que besar al sapo.
Mientras se termina su vino, observa la luna por la ventana del bar y piensa que ya los sapos deben haber salido de sus agujeros. Paga, se despide del barman, que se ha sorprendido de verla sola, y sale con paso firme rumbo al parque. Le cuesta contener la emoción de saber que su espera ha terminado. En apenas unos minutos… ¿Minutos? ¿Horas? Se da cuenta de que ha olvidado preguntarle a la hechicera cuánto tardará el elixir en hacer efecto. Qué más da, piensa. Total, ha esperado tanto que un rato más no tiene importancia. Lo importante es que ya no estará sola.
Al llegar al parque se adentra en la arboleda para ocultarse de las parejas que pasean tomadas de la mano aprovechando el romance que promete la luna. Pronto ella también estará exhibiéndose de la mano de su hombre. Entre los árboles la luz no es tan intensa y le cuesta ver dónde pisa. Los tacones de aguja de sus zapatos no ayudan y se hunden sin misericordia en el suelo húmedo. Decide quitárselos y caminar a gachas, no vaya a ser que destripe al tan ansiado galán aún antes de conocerlo. Una vez agachada, trata de estirarse la falda para que no le quede la cola al aire. Se da cuenta de que su atuendo, un vestido negro, ceñido y corto, si bien es el ideal para una noche de seducción, no lo es tanto cuando de cazar sapos se trata. Pero no es momento de recriminarse nada así que prosigue en su búsqueda: gateando, descalza, con las rodillas llenas de barro y mostrando los calzones. Por suerte son de encaje.
Hace varios intentos fallidos de agarrar a un sapo. No había pensado en que éstos no serían partidarios de ser atrapados y se alejarían de prisa. Tal vez en lugar de preocuparse por verse sexy debió haberse preocupado por ser práctica y haber traído una red o un balde. Cuando ya está por darse por vencida (solo hasta la próxima noche de luna llena, no para siempre) se encuentra de frente con un sapo que parece estar esperándola. Se le acerca despacio. El sapo no se mueve. Estira el brazo para agarrarlo. El sapo sigue sin moverse. Aguanta el asco que le da, le mete la mano por debajo y lo levanta del suelo. El sapo, aún inmóvil, la mira. Una vez que lo tiene en la palma de la mano se da cuenta de que debió haber abierto el frasquito que le dio la hechicera antes de agarrar al sapo. Pero nada va a detenerla ahora. Con la mano que le queda libre, que lamentablemente es la izquierda y ella es derecha, saca el frasco de su cartera. Con una torpeza casi profesional, pero evitando hacer movimientos bruscos, se lleva el frasco a la boca y desenrosca la tapa con los dientes. El sapo sigue mirándola. Finalmente logra verter el contenido del frasco (lo no se le chorreó encima mientras lo abría) sobre él. Sapo y mujer se miran fijamente a los ojos. Pasan varios minutos sin que nada cambie hasta que a ella empiezan a dolerle los muslos de tanto estar agachada. No sabe si apoyar al sapo de nuevo en el suelo (y arriesgarse a que se vaya saltando), si llevárselo a su casa (y arriesgarse a que nunca deje de ser sapo) o si quedarse con él en la mano (y arriesgarse a que se convierta en humano y le fracture la muñeca). Lo que sí sabe es que no puede quedarse como está porque sus piernas ya no dan más. Mientras considera sus tres opciones, el sapo, que hasta este momento parecía un actor de reparto cuya única instrucción era la de permanecer inmóvil, retoma su papel protagónico y salta de su mano para aterrizar en el piso convertido en un hermoso caballero.
¡Ella no puede contener su alegría! Da saltitos mientras aplaude y grita de emoción. El caballero la mira un tanto confundido, pero rápidamente comprende lo que pasa.¡Has llegado! Por fin me has liberado del hechizo.
– ¡Hace mucho tiempo que te esperaba! – dice el hombre.
– ¡Sí, aquí estoy! Hace mucho que yo también te buscaba.
– ¡Increíble! ¡Ha sucedido!
– ¡Así es! ¿Cómo te sientes?¡Maravillosamente!
Se toman de las manos y se miran.
– ¡No lo puedo creer! – dice ella.
– ¡Yo tampoco! Pero aquí estamos al fin…
– Así es…
Ella mira a su alrededor. Solo hay oscuridad. No sabe qué decir. Este es el principio del resto de sus vidas.
– Lo hemos logrado – dice al fin.
– Lo sé – contesta él.
– La espera ha sido tan larga y luego, ¡zas! Ha sucedido en un instante.
– Así es…
– Y aquí estamos…
– Sí, aquí estamos…
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Paula, fantástico relato. La búsqueda de lo ideal es difícil de plasmarla con palabras. Vos lo expones muy bien.