Consigna 22/4

Vamos a escuchar una consigna de Pedro Mairal, escritor argentino, autor de La uruguaya y otras novelas. Aquí pueden encontrar el link de Youtube con la consigna: https://www.youtube.com/watch?v=TpLYBBXp3nw

Les comparto un fragmento de La uruguaya.

“Entonces escribí el mail que vos encontraste más
tarde:
«Guerra, estoy yendo. ¿Podés a las dos?»
Nunca dejaba mi correo abierto. Jamás. Era muy muy
cuidadoso con eso. Me tranquilizaba sentir que había
una parte de mi cerebro que no compartía con vos. Necesitaba mi cono de sombra, mi traba en la puerta, mi
intimidad, aunque solo fuera para estar en silencio.
Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la
par, como si compartieran el torrente sanguíneo. Debe
haber un resultado químico de nivelación después de
años de mantener esa coreografía constante. Mismo
lugar, mismas rutinas, misma alimentación, vida sexual
simultánea, estímulos idénticos, coincidencia en temperatura, nivel económico, temores, incentivos, caminatas, proyectos… ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando
así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se
sincronizan, funcionás en espejo; un ser binario con un
solo deseo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y
sellarlos con un lazo eterno. Es pura asfixia la idea.
Digo «la idea» porque me parece que los dos luchamos contra eso a pesar de que la inercia nos fue llevando. Ya mi cuerpo no terminaba en la punta de mis
dedos; continuaba en el tuyo. Un solo cuerpo. No hubo
más Catalina ni más Lucas. Se pinchó el hermetismo, se
fisuró: yo hablando dormido, vos leyéndome los mails…
En algunas zonas del Caribe las parejas le ponen al hijo
un nombre compuesto por los nombres de los padres. Si
hubiéramos tenido una hija, se podría llamar Lucalina,
por ejemplo, y Maiko podría llamarse Catalucas. Ése es
el nombre del monstruo que éramos vos y yo cuando
nos trasvasábamos en el otro. No me gusta esa idea del
amor. Necesito un rincón privado. ¿Por qué miraste mis
mails? ¿Estabas buscando algo para empezar la confrontación, para finalmente cantarme tus verdades? Yo
nunca te revisé los mails. Ya sé que dejabas tu casilla
siempre abierta, y eso me quitaba curiosidad, pero no se
me ocurría ponerme a leer tus cosas.”

Rainer María Rilke, en Cartas a un joven poeta comparte con nosotros consejos para escritores:

“Pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes lo ha preguntado a otros. Los envía a revistas. Los compara con otros poemas, se inquieta cuando ciertas editoriales rechazan sus intentos. Ahora (ya que me ha autorizado a aconsejarle), ahora le pido que deje todo esto. Usted mira hacia fuera y precisamente esto, en este momento, no le es lícito. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie.
Sólo hay un medio. Entre en sí mismo. Investigue el fundamento de lo que usted llama escribir; compruebe si está enraizado en lo más profundo de su corazón; confiésese a sí mismo si se moriría irremisiblemente en el caso de que se le impidiera
escribir. Sobre todo, pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿Debo escribir? Excave en sí mismo en busca de una respuesta que venga de lo profundo. Y si de allí recibiera una respuesta afirmativa, si le fuera permitido responder a esta seria pregunta con un fuerte y sencillo “debo”, construya su vida en función de tal
necesidad; su vida, incluso en las horas más indiferentes e insignificantes, ha de ser un signo y un testimonio de ese impulso. Después, aproxímese a la naturaleza e intente decir como el primer hombre qué ve y experimenta, qué ama y pierde.

No escriba poemas de amor. Al principio, eluda aquellas formas que son las más corrientes y comunes; son las más difíciles, puesto que se requiere una fuerza grande y madura para expresar una personalidad propia allí donde existen en gran medida tradiciones buenas y, en parte, hermosas. Por eso, póngase a salvo de todos
los motivos generales y preste atención a lo que su propia vida cotidiana le ofrece; describa sus tristezas y anhelos, los pensamientos fugaces y la fe en algo bello; describalo todo con sinceridad íntima, callada y humilde y, para expresarse, sírvase de las cosas que le rodean, de las imágenes de sus sueños y de los objetos de sus recuerdos.
Si su vida diaria le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted
mismo, dígase que aún no es lo bastante poeta como para convocar su
riqueza, pues para el creador no existe pobreza ni lugar pobre o indiferente. Y si usted estuviera encerrado en una prisión, y sus muros no dejaran llegar a sus sentidos ningún rumor venido de fuera, ¿no seguiría teniendo su infancia, esa riqueza deliciosa y regía, ese lugar mágico de los recuerdos? Dirija hacia allí su atención. intente desenterrar las sensaciones sumergidas de ese pasado lejano; su personalidad se fortalecerá, su soledad se hará más grande hasta convertirse en una estancia en penumbra donde el estrépito de los otros pasará de largo, a lo lejos.
Y si de ese retorno hacia dentro, de esa inmersión en su propio mundo,
surgen versos, no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos o no.
Tampoco intentará interesar a las revistas, pues verá en ese trabajo su propiedad amada y natural, un fragmento y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando surge de la necesidad. En esta cualidad de su origen reside su juicio crítico: no existe otro. Por eso, mi muy apreciado señor, no sé darle otro consejo: camine hacia sí mismo y examine las profundidades en las que se origina su vida. En
su fuente encontrará la respuesta a la pregunta de si debe crear. Acéptela tal como venga, sin interpretarla. Quizá surja la evidencia de que usted está llamado a ser artista. De ser así, acepte ese destino y sopórtelo con toda su carga y grandeza, Sin esperar recompensa que pueda venir de fuera: el creador ha de ser un mundo para sí
y lo ha de encontrar todo en sí mismo y en la naturaleza con la que se ha fundido.
Pero quizás, tras ese descenso a sí mismo y a su soledad, deba usted renunciar a ser poeta (basta con que sienta, como le he dicho, que podría vivir sin escribir para que ya no le sea permitido en absoluto hacerlo). Pero también, este recogimiento que le
he brindado, no habrá sido en balde. Sea lo que sea, su vida, a partir de aquí acertará a encontrar sus propios caminos, y yo le deseo, más allá de lo que le puedo expresar, que sean propios, ricos y amplios.”

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