Durante el último año de la secundaria en lo único que pensaba era en que quería que llegara el sábado para verlo. Lunes a viernes transcurrían iguales y aburridos. Recorría a pie las veinte cuadras que había entre mi casa y la escuela. A veces sola, a veces me encontraba con alguna amiga o amigo y charlabamos de la tarea, de la pesada de Geografía o de la posible alegría de que nos dieran hora libre ante la ausencia de alguno de los profesores.
Mientras los demás hablaban yo pensaba en cómo haría para verlo el sábado. Era un año más grande que nosotras así que seguro iría al boliche de la 25 de Mayo, Casablanca.
Tenía que convencer a las chicas de ir allí. No teníamos permiso todavía. Y si ellas no me hacian la gamba estaba decidida a entrar sola. Tenía que pensar que me iba a poner, si la mini negra o el jean ajustado. Lo que si necesitaba era calzarme unos buenos tacos porque él era altísimo.
Llegó el viernes y a la salida de la escuela planificamos con las chicas dónde nos encontraríamos antes de ir al boliche. Por lo general íbamos a lo de Ceci, la mamá era super canchera y más permisiva que las demás madres. Ahí nos cambiábamos de ropa o nos maquillamos sin tener que escuchar “ estás pintada como una puerta “ o “ con esa minifalda vas a salir?”. Le pregunté a Ale, otra de mis amigas, si me podría quedar a dormir en su casa. Ella vivía en el centro y a los ojos de mi madre era la más confiable y no me costaba sacarle el permiso. Por suerte la mamá de Ale asintió encantada.
El sábado me levanté temprano para realizar las tareas que tenía asignadas. Ayudar a mamá a limpiar la casa , mandados y demás. Quería hacer buena letra para llegar a la noche sin ningún problema que pusiera en peligro la salida.
A eso de las 10, después de la cena, me despedí de mis padres, mochila al hombro donde supuestamente llevaba mi pijama y cepillo de dientes, además de la mini, el maquillaje y la blusa nueva que me había comprado con mis ahorros.
En lo de Ceci nos cambiamos y maquillamos. Salimos muy felices y ansiosas por lo que nos depararía esa noche. Vendrían los de Pergamino que habíamos conocido el fin de semana pasado? O los de Arrecifes? Si bien en nuestro pueblo había muchos chicos al alcance, ninguno tan interesante como los de afuera. A los del pueblo los tenias ahi, todos los dias, todos los meses del año. De todas maneras yo estaba embelesada con mi amor del pueblo y los demás no me interesaban. Finalmente convencí a las chicas de ir a Casablanca, en realidad lo que sucedió fue que Pergamino, Arrecifes y alrededores no dieron señal de vida. Las chicas estaban muy de mal humor y su enojo se transformó en rebeldía y transgresión. Terminamos en Casablanca, donde ninguna tenía permiso de ir. Adentro estaba todo tan oscuro que se dificultaba reconocer a alguien. Dimos unas vueltas alrededor de la pista de baile que se ubicaba en el centro. Era temprano y sonaba música movida, de los temas que se bailaban sueltos o sea separados o sea sin tocarse. De vez en cuando se nos acercaba algún chico y nos invitaba a bailar. De a poco fuimos entrando en ambiente y tomando confianza. En la pista de baile había más luz, esto ayudaba a que si el que te había sacado a bailar era especimen no deseado, buscabamos alguna excusa para huir educadamente.
Yo seguía sin ver a mi enamorado. Di diez vueltas y nada. Me invitaron a bailar y sin prestar atención acepte. El chico era simpático y lindo pero yo estaba en otra cosa, seguía buscando con la mirada por diestra y siniestra disimuladamente. Y de repente lo vi a lo lejos, paradito en un rincón con su amigo de siempre, con el que iba para todos lados. Se me estrujó el estómago y quise dejar de bailar inmediatamente. Le dije a este chico que me sentía mal y me dirigí apresurada al baño. Ahi me encontre con Ale que estaba un poco aburrida, las demas se habian ido y ella tambien se queria ir. Le pedi por favor que esperara un poco mas, que el ya estaba allí y en un ratito pondrían los lentos y él me sacaría a bailar. Ale no estaba muy convencida. Entonces le prometí que solo bailaría un tema y luego nos podríamos ir. Salimos del baño, acababan de poner el primer tema lento, yo desesperada por ubicarme en un lugar a la vista de él con mis tacos altos y minifalda. Pero el ya no estaba en el lugar donde lo había visto. Me entró la desesperación y empecé a buscarlo con la vista estirando el cuello lo más que podía. Ale al lado mio protestaba y resoplaba. Yo no me quería mover mucho de lugar por si volvía alli asi que la mande a ella a dar una vuelta alrededor a ver si lo veía. Volvió y nada. Se fue, pensé. Y entonces miré para la pista y lo vi. Estaba bailando muy enamoradamente con alguien que no pude distinguir. Ale que se había dado cuenta de mi hallazgo, miraba para otro lado. Yo tenía ganas de llorar y quería saber quién era ella. Terminó ese tema y empezó otro y ellos seguían ahí cada vez más acaramelados. Ale me insistió, vamos, yo le pedía esperar un tema más, tal vez dejaba de bailar con ella porque al final no le gustaba. Ya después de cinco temas me convencí de que eso no iba a pasar. Y entonces para mi horror vi como se besaron. Se me congeló el alma. Los odiaba. Más a ella. Me fui de capa caída del brazo de mi amiga que trataba de hacerme sentir mejor. Salimos del boliche y me saque los zapatos, ¡tanto taco para nada! La blusa nueva no la volvería a usar, traía mala suerte. Para colmo era invierno y el frío de la madrugada calaba los huesos, sobre todo si estabas de minifalda. Pasamos por un kiosko de camino a la casa de Ale, ella quiso entrar a comprar chocolates. Siempre que saliamos y me quedaba a dormir en su casa comprabamos chocolates y nos quedabamos charlando hasta quedarnos dormidas. Esta iba a ser una noche larga, por suerte Ale había comprado muchos.
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Muy bueno tu relato Susana, gracias por compartirlo!!!!!
Hermoso, Susana! Tan dulce y tan real. Me encanta leerte porque tienes una voz que más que narrar, transporta. Es imposible no sentir lo que transmites. Esto me encantó: “Los odiaba. Más a ella.” Buenísimo!