Pertenecemos a la naturaleza. Como hijos de la tierra, nuestra conexión con ella es innegable y pura.
Así como una profunda inhalación nos calma y nos devuelve la cordura, el contacto con la madre tierra nos centra y nos devuelve la vida.
Decidí dedicarme a la afición de la jardinería cuando estaba en uno de los momentos más oscuros de mi vida. Desorientada, triste y desesperanzada, pasaba los días a oscuras en mi cuarto esperando una señal divina que me devolviera las ganas de vivir. Una de esas noches, mientras dormía, sonó la alarma de incendios de mi casa y corrí instintivamente, sin zapatos y en pijama, hacia el jardín. La alarma dejó de sonar y yo me quedé unos minutos paralizada, pisando el pasto húmedo y sintiendo la llovizna caer sobre mi cabeza. El agua fría que regaba las plantas a mi alrededor me regaba el alma. Las plantas de mis pies eran raíces que absorbían todos los nutrientes que me hacían falta para crecer. En mi corazón brotaron hojas y flores de colores. El aire que rozaba mi cara era como la mano de una madre cuando te acaricia si estás triste o enfermo. Unos minutos después de estar inmóvil en ese jardín supe que tenía que recuperar el tiempo perdido. Desde ese día dediqué mis ratos libres a ser una con la tierra, a cuidar con mucho amor a ese jardín que me devolvió la vida, a esas flores que llenaron mi corazón y a todas esas hojas de colores que un día fueron medicina para mi alma desgastada.
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Me encanto Claudia, y es tan real para mi
Gracias Susana <3 un abrazo
Excelente Claudia!!! Muy lindo lo que escribiste.
Gracias Juan Carlos! Un abrazo