“Un laberinto (del latín labyrinthus, y este del griego λαβύρινθος labýrinthos) es un lugar formado por calles y encrucijadas, intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en el mismo. La etimología de la palabra es dudosa, aunque parece provenir de Asia Menor.” Wikipedia.
Creo que en cada uno de nosotros anida un laberinto, dudas y pasiones que no siempre se resuelven con la razón.
Mirando pasar el tiempo desde la punta de una montaña, me sentía solo, pequeño. Tenía que decidir lo que pasaría con mi vida. Tenía muchas opciones, algunas realidades y ninguna promesa. Me debatía entre la decisión de ganar dinero o hacer lo que me gustaba. En ese entonces habíamos iniciado un negocio de venta de harina. Nos habían traído un camión y habíamos tenido que guardar los paquetes en la pensión de mi socio. Había que venderla, como fuera, o tendríamos que pagarla nosotros. Nos fue muy bien, vendimos todo y ganamos algo de dinero. Pero yo estudiaba, y no tenía tiempo para ocuparme de esto. Ingeniería me tomaba el cien por ciento, no daba para novia y menos para trabajar. Por ello me fui a meditar a la montaña. Donde en mi mente debía decidir lo que quería hacer. Estaba angustiado, me gustaban las dos cosas.
El viento me daba en la cara y no tenía claves para decidir. Estaba paralizado mentalmente, quizás esperaba que la razón me diera una respuesta. Esto era mi vida, estaba más allá de la razón. Quería resolver el problema poniendo en la balanza una cosa y la otra. Me di cuenta de que no era suficiente, había que definir lo que me interesaba y me daba placer. Y ahí se ponía difícil la ecuación. Cómo me daba cuenta de lo que me gustaba, si me gustaba todo. Definirlo era la cuestión. Pero cuál era la respuesta? Mi laberinto crecía cada vez que agregaba un término a la ecuación de la vida.
Había llegado a la cima a la mañana temprano, había caminado como dos horas. Una subida fácil, no había ido para hacer ejercicio. Me veía cada vez más complicado, más pequeño. Sabía que tenía que hacer algo, sabía que tenía que decidir. El problema era por cuál de las dos alternativas. Me venia a la mente la definición abstracta de felicidad, pues sabia que era relativa, lo que me hacia feliz a mi probablemente al otro no.
Estaba clareando, el sol salía entre las montañas. No lo veía, pero sabía por dónde aparecería. Eso me llevo a pensar, primero, que todos los días el sol sale, segundo, que optar significa dejar algo de lado y tercero, que probablemente las dos opciones eran buenas. El resultado dependería de cuán eficiente fuera. Este pensamiento me dio fe. Esperanza en que cualquier cosa que eligiera lo haría con pasión y en la mejor forma posible. Me relaje, pero aún quedaba pendiente tomar la decisión.
Veía a la lejanía varios lagos, algo de bruma, el sol que hacia clarear el ambiente. Empecé a pensar en los caminos, me hacía yendo a algún lado que no conocía. Me dije lo importante es caminar, se hace camino al andar, la importancia de llegar es relativa, pues no sabía cuál sería la meta. La vislumbraba, la sentía pero no la podía definir. Que es el éxito? Llegar? caminar hacia la meta? o las dos cosas? Me di cuenta de que la salida del laberinto estaba en la suma de estas dos, la meta y el camino. No podía dividirlas, estaban entrelazadas. Eran un todo, dependían de lo que hiciera y a donde quisiera llegar.
La vida es un laberinto, con opciones que se presentan y decisiones que se toman. La respuesta es individual y es eso lo que hace que seamos humanos. Las dudas nos hacen valorar más nuestras decisiones. Sobre todo cuando estamos convencidos de que optamos bien.
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